Hace algunos días, murió Edgardo Boeninger, uno de esos hombres que un país produce cada ciertos tiempos: templado, académico, pensador, convocante e influyente, y sobre todo irremplazable. Edgardo, fue uno de los fundadores ideológicos de la Concertación, pero por sobre todo, de los lemas de los principios de los noventa: transar, consensuar para lograr los pasos necesarios de la transformación social sin arriesgar la anhelada estabilidad nacional.
Extremadamente sincero, ha sido uno de los pocos que ha dicho que la política es competencia por el poder, pero que esa competencia puede generar una búsqueda del bien común. La muerte de Edgardo Boeninger, es la señal clara de lo que ha sucedido en Chile durante el año 2009. La conflictividad política ha aumentado a niveles nunca vistos, la disrupción es parte de una tónica, y las reestructuraciones partidarias y sociales son señales claras de que a pesar que la transición del autoritarismo a la democracia ya es texto para la historia, ahora ad puertas de los doscientos años republicanos, estamos en la transición hacia una nueva democracia.
Y esto no es ninguna falacia al azar.
La derecha chilena, hoy, aunque sigue con resabios autoritarios, ha puesto como eje de campaña social una inscripción masiva de los jóvenes a los registros electorales, al mismo tiempo que ha incorporado a sectores políticos de centro liberal, cuando no descartan subir impuestos a las empresas para financiar el programa social de la derecha.
La Concertación, el tradicional pacto de socialistas, democristianos, radicales, ha ido más allá al incorporar en su pacto parlamentario al Partido Comunista, como una forma de ampliar su base sociopolítica, romper con la exclusión del sistema, y de una forma decisiva en avanzar en transformaciones sociales que han ido esperando por el consenso de los noventa. No por nada, estos proponen una nueva constitución política, protección social profunda, y economía verde regulada por el Estado. Sin embargo, ya no estamos en un “bipartidismo” heredado de la transición de Boeninger. Con la muerte de él, entramos en un escenario donde hay diversos sectores, representantes y nuevos actores políticos.
Se ha conformado la coalición de la Nueva Mayoría que congrega a humanistas, ecologistas, e independientes de centro progresista e izquierda, una voz interesante de escuchar ya que se congregan para postular nuevas formas de entender la democracia y la economía. En ellos hay poco pasado, es decir pocas nostalgias de lo que sucedió, sino que más bien hay miradas de futuro con apuestas que pretenden ser serias. Y por lo mismo vienen a competir con fuerza a la voces de la izquierda, la concertación, y de paso, a la derecha, que ya no es monopólica de las voces de cambio y renovación.
Por otro lado nace además el pacto del Movimiento amplio social, partido de izquierda renovada con inspiración bolivariana y con fuertes contactos con el MAS boliviano, y el gobierno de Hugo Chávez, aliada con el PRI, los regionalistas con discurso nacional populistas, y que prometen de esta forma quedarse en el debate público para ganar cuotas de poder con influencia social.
A comienzos del gobierno de Bachelet, muchos no imaginaban que el abanico político se iba a abrir tanto, y que al mismo tiempo, los discursos políticos se iban a enriquecer dentro de un ánimo confrontacional de debate público. Estas señales son claras de una nueva transición que estamos viviendo. Son pocas las cosas que quedan sacrosantas, sino más bien, ahora, la elite política, cada vez menos paralizada, está dispuesta a discutir, debatir, para competir por las cuotas de poder que realizan la ecuación de las transformaciones sociales.
No obstante a todo esto, es bueno recordar a Boeninger. La conflictividad política no puede olvidarnos que debemos poseer una actitud templada ante los avances sociales, como también que las transformaciones sociales van de la mano de una sociedad que desea la transformación más que la necesita. Si pensamos que todos necesitan lo que yo pienso, o nosotros pensamos, podemos caer fácilmente en el autoritarismo ideológico. Por eso siempre es necesario el consenso, para generar cuotas de entendimiento democrático de avance, más que banderas de lucha infranqueables. Si hacemos esto último el Estado se agota, y la sociedad se desfragmenta en la disolución de las libertades.
La pregunta que siempre nos queda, y que también debemos debatir: ¿el consenso tiene un límite? Hagámonos esa consulta para provocar el fin o la consecuencia de las libertades de la tolerancia.
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