La problemática sucedida en Honduras, es de larga data. Será mi educación como historiador la que me provoca escribir de esta manera, y parafraseando a Pierre Nora, “el hecho está allí, patente, contundente”, cuando vemos de qué manera se configuró en Honduras, esta crisis que no es para nada de sorprendente, ni tampoco repentina.
El hecho no es el golpe de estado en sí que sucedió en el medio de una profunda agitación política, una cuestionada gestión ejecutiva del Presidente, y en una población polarizada y fragmentada, sino más bien, en una estructura de relaciones de poder que van más allá, o por decirlo de mejor forma, el hecho real es que la matriz sociopolítica que demuestra el juego de las estructuras de las relaciones materiales de los diferentes actores sociopolíticos, la que está quebrada desde ya un lustro.
La cuestión de Honduras, es una cuestión de viejos. Un choque de dos gallos de pelea, de dos formas de ver el mundo, pero desde el prisma de la elite aristócrata centroamericana, y de ninguna forma una demostración de dos polos reales de democracia social manifestados, sino todo lo contrario, dos formas de dominación del pueblo hondureño.
Todo este desorden republicano del cual somos tan visitantes como protagonistas, viene a la par de cuando José Cecilio del Valle redactó la declaración de independencia en 1821, y vendrán después de esto una serie de rencillas militares - vergonzosas por lo demás – como las sufridas por Dionisio de Herrera en 1827, donde estaban enfrentados unionistas y separatistas; o por ejemplo, a comienzos del siglo XX, cuando la estadounidense United Fruit Company apoyaba a nacionalistas, y la centroamericana Cuyamel a los liberales. Una serie de errores que no honran en ningún momento a una revolución independentista que buscara construir una verdadero país, sino que más bien, configurar un aparato del estado más o menos servil a cierto grupo de la elite de turno, todos parientes de una sola clase social.
Manuel Zelaya Rosales, miembro del Partido Liberal, originario de una acomodada familia terrateniente, sucedió al nacionalista y empresario Ricardo Maduro, con la finalidad de sacar al país delante de un pobre crecimiento humano, a través del acceso de petróleo a menor valor, acercándose de esta forma a Venezuela, sin embargo fue un coqueto diplomático con el gobierno de George Bush, en varios aspectos, para favorecer la entrega de visas. Su variopinta posición ideológica, vaciló siempre entre el neoliberalismo, la economía de mercado, las posiciones norteamericanas, y de forma sorpresiva hacia el socialismo bolivariano, que proclamó a finales del 2007.
Es casi obvia que su mismo partido, llamara al pronunciamiento violento de las Fuerzas Armadas, y la desobediencia total de los poderes del estado, a un presidente que traicionara sus posiciones de la elite hondureña. No es de sorprenderse, a pesar que ciertos periodistas lo hagan, si analizáramos a cada uno de estos personajes, tanto que Micheletti hubiese quedado con cola larga al ser derrotado en las primarias presidenciales del Partido Liberal. Los del Golpe de Estado son reaccionarios a las reacciones ambiguas de Zelaya. Reaccionarios versus reaccionarios que chocan en torno a la chimenea del palacio de la elite hondureña, con un vaso de coñac, un puro en la mano, y con pasajes a los centros de poder mundial.
Mientras tanto, la Organización de Estados Americanos, demuestra no la incapacidad de su cómodo Secretario General, sino de la incompetencia de las delegaciones diplomáticas de los países, únicos para hacer las presiones reales, más que una mera carta de declaración de buenas intenciones, que sin ninguna duda, no mueve ni un solo pelo de Micheletti y sus gorilas.
Hay que ser crudos en estas ocasiones. Crudo como un militar. Zelaya no tiene ningún poder real en este momento, más que llegar en un avión y ser apresado por delitos que la dictadura le imputa. Los únicos que tienen poder real en estos momentos, no es Insulza en su auto lujoso en su casa segura de Washington, sino que los países en decir basta de una vez por todas, o sino, lo que sucederá, es que una vez más en la historia de América Latina, se permitirá que las declaraciones violentas de facto, sean posibles en estos países.
El hecho no es el golpe de estado en sí que sucedió en el medio de una profunda agitación política, una cuestionada gestión ejecutiva del Presidente, y en una población polarizada y fragmentada, sino más bien, en una estructura de relaciones de poder que van más allá, o por decirlo de mejor forma, el hecho real es que la matriz sociopolítica que demuestra el juego de las estructuras de las relaciones materiales de los diferentes actores sociopolíticos, la que está quebrada desde ya un lustro.
La cuestión de Honduras, es una cuestión de viejos. Un choque de dos gallos de pelea, de dos formas de ver el mundo, pero desde el prisma de la elite aristócrata centroamericana, y de ninguna forma una demostración de dos polos reales de democracia social manifestados, sino todo lo contrario, dos formas de dominación del pueblo hondureño.
Todo este desorden republicano del cual somos tan visitantes como protagonistas, viene a la par de cuando José Cecilio del Valle redactó la declaración de independencia en 1821, y vendrán después de esto una serie de rencillas militares - vergonzosas por lo demás – como las sufridas por Dionisio de Herrera en 1827, donde estaban enfrentados unionistas y separatistas; o por ejemplo, a comienzos del siglo XX, cuando la estadounidense United Fruit Company apoyaba a nacionalistas, y la centroamericana Cuyamel a los liberales. Una serie de errores que no honran en ningún momento a una revolución independentista que buscara construir una verdadero país, sino que más bien, configurar un aparato del estado más o menos servil a cierto grupo de la elite de turno, todos parientes de una sola clase social.
Manuel Zelaya Rosales, miembro del Partido Liberal, originario de una acomodada familia terrateniente, sucedió al nacionalista y empresario Ricardo Maduro, con la finalidad de sacar al país delante de un pobre crecimiento humano, a través del acceso de petróleo a menor valor, acercándose de esta forma a Venezuela, sin embargo fue un coqueto diplomático con el gobierno de George Bush, en varios aspectos, para favorecer la entrega de visas. Su variopinta posición ideológica, vaciló siempre entre el neoliberalismo, la economía de mercado, las posiciones norteamericanas, y de forma sorpresiva hacia el socialismo bolivariano, que proclamó a finales del 2007.
Es casi obvia que su mismo partido, llamara al pronunciamiento violento de las Fuerzas Armadas, y la desobediencia total de los poderes del estado, a un presidente que traicionara sus posiciones de la elite hondureña. No es de sorprenderse, a pesar que ciertos periodistas lo hagan, si analizáramos a cada uno de estos personajes, tanto que Micheletti hubiese quedado con cola larga al ser derrotado en las primarias presidenciales del Partido Liberal. Los del Golpe de Estado son reaccionarios a las reacciones ambiguas de Zelaya. Reaccionarios versus reaccionarios que chocan en torno a la chimenea del palacio de la elite hondureña, con un vaso de coñac, un puro en la mano, y con pasajes a los centros de poder mundial.
Mientras tanto, la Organización de Estados Americanos, demuestra no la incapacidad de su cómodo Secretario General, sino de la incompetencia de las delegaciones diplomáticas de los países, únicos para hacer las presiones reales, más que una mera carta de declaración de buenas intenciones, que sin ninguna duda, no mueve ni un solo pelo de Micheletti y sus gorilas.
Hay que ser crudos en estas ocasiones. Crudo como un militar. Zelaya no tiene ningún poder real en este momento, más que llegar en un avión y ser apresado por delitos que la dictadura le imputa. Los únicos que tienen poder real en estos momentos, no es Insulza en su auto lujoso en su casa segura de Washington, sino que los países en decir basta de una vez por todas, o sino, lo que sucederá, es que una vez más en la historia de América Latina, se permitirá que las declaraciones violentas de facto, sean posibles en estos países.