Es innegable que debemos analizar los fenómenos y coyunturas políticas bajo una triple mirada: sociológica actual, económica estructural, histórica de la movilidad de los pueblos. Por lo menos, es mi sincera posición dentro de la compleja y variada episteme del análisis internacional.
En estos días, me quedé pensando en la Rusia de hoy. Este país que aún suena lejano para muchos, pero que desde ya hace un lustro viene a ser una esfera occidental, e incluso mucho antes que la Revolución bolchevique, y que tiene una historia particular de su estructuración de masas en torno a sistemas políticos que no se han replicado en occidente.
Hoy, no podríamos hablar de Rusia, sin tener que venir de la Unión Soviética, y me atrevería a enunciar, que es la verdadera fundadora, con todos sus defectos y virtudes, del país actual.
En este país, se vive bajo la atenta mirada de una dualidad del mantenimiento del poder político. Un poder, que tiene, en verdad, el objetivo de mantener a las elites políticas que se originaron bajo las reformas estructurales capitalistas posterior a la desintegración del monstruo soviético, y que en realidad, vino a perpetuar a los hijos de la burocracia comunista, en sectores privilegiados de la economía, el Estado, y las relaciones sociales. De ahí provienen Vladimir Putin, funcionario comunista de inteligencia política y militar del antiguo régimen, y Dmitri Medvédev, autor del nuevo derecho civil que se vendrá a ajustar al sistema capitalista y de la democracia liberal en los noventa.
Dos hijos del comunismo burocrático, de la clase privilegiada de los revolucionarios del Estado, que hoy, pregonan a viento de sur y norte, las grandes ventajas del libremercado y la occidentalización del mundo. Sin embargo, permanecen ahí, como recuerdos estáticos y baluartes de un nacionalismo nostálgico, las marchas militares que celebran el triunfo bolchevique en contra del nazismo, y en la Plaza Roja, el cuerpo inerte sacrosanto de Lenin.
Medvédev, se parece tanto a la gerontocracia rusa, que a buena fortuna de sus habitantes, cree en una grandeza manifiesta del pueblo ruso, y que por lo tanto, no es ni servil a Europa y EE.UU, y por eso deja a Lenin durmiendo como fundador del comunismo burocrático de ese Estado. Sin embargo, también se parece tanto a la generación tecnocráctica de los reformadores neoliberales, que a buena fortuna de sus habitantes, tiene conciencia que Rusia ya no es la Unión Soviética, y si es necesario, es capaz de mandar a incinerar el mausoleo religioso de Lenin.
Y en verdad, debe estar más que tranquilo. Tiene a su haber, a Putin como Primer Ministro, que es el fundador preclaro de una nueva generación que cooptó al Estado ruso, en la preservación de la elite estatal.
No obstante a esto, siendo honestos: ¿De qué Rusia estamos hablando? De qué forma, la calidad de vida de los rusos y rusas ha mejorado, de qué forma las desigualdades sociales han progresado en torno a la justicia social. De qué forma se ha mantenido un sistema de salud gratuito y de calidad fundado por los soviéticos. Y la gran pregunta: ¿Quiénes son los verdaderos gobernantes de la Gran Rusia, y de qué manera se sostiene su sistema de legitimación política?
No vaya a ser que despierte un Lenin momificado, con sus zombies de plata, por la gloriosa Plaza Roja, y ver cómo avanza mientras el capitalismo se mantiene en la nueva generación de los administradores del estado. ¿O es que Lenin fue el padre fundador de esta oligarquía y somos tan ciegos?
Para terminar: soy un convencido de que Rusia debe mostrarse aún más en el mundo, con sus fortalezas y flaquezas, y con honestidad de lo que son realmente, y cómo sostienen aún a un país multicultural, inmensamente rico, y sumamente dominante.
0 comentarios:
Publicar un comentario