Recorrer las calles como un precipicio desafiante de una estación del Dante en su libro
Escenarios, imágenes, de la destrucción de un Apocalipsis bíblico. En el Capítulo 9, versículo 2 y 3, dice: “Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo. Y del humo salieron langostas sobre la tierra; y se les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra.” Profecía de las señales de la tierra, de un país que parece maldito, de un país discriminado por su piel negra, por su piel curtida, por sus galletas de barro, por su vudú sagrado que duele y llora, un país en el filo de lo legalmente correcto, un país vergüenza de la humanidad, un país del dolor que parece eterno.
No hubo el segundo del perdón. Y yo pregunto ¿Dónde esta Dios? ¿Dónde estuvo Dios cuando sometió este pueblo a la barbarie de la esclavitud europea? ¿Dónde estuvo Dios cuando lo subyugó a una dictadura monárquica, caníbal, del terror? ¿Dónde estuvo Dios cuando permitió que el SIDA se inmiscuyera en los cuerpos de hombres y mujeres a través del placer? ¿Dónde estuvo Dios que no dio la paz a sus guerrillas y barricadas? ¿Dónde está Dios sino el Diablo? Es que no está, es que no habla, es que no escucha. No está porque hace mil años renunció a su cargo. Está en vacaciones en un universo paralelo.
En ese universo paralelo, Haití es un paraíso fiscal. Los blancos son los pobres y los negros beben champagne de oro. Y Dios es agricultor. Así las cosas podemos suicidarnos y confiar en el karma que nos llevará a la reencarnación divina del universo B.
Las calles huelen a sangre. Las calles no existen. Sólo caminos de una identidad perdida que se manifiestan como rastros de un mapa, senderos amaranto, trazos de un dibujo infernal. ¿Cuántas veces tendremos que llorar para limpiar las calles?
No existen los poetas ni lo trovadores en Haití, porque el terremoto fue enviado para matarlos. Ya no podemos soñar entonces. Ni siquiera dibujar una ilusión encima del agua que nos permita iniciar la travesía de las confesiones de un niño. En Haití no existen los pintores ni los muralistas, porque sus murallas se han caído. Ya no hay barro para hacer las pinturas, las pigmentaciones de colores, las formas de una escultura, porque el barro es utilizado como la comida diaria. No podemos pensar la nueva geografía.
¿Qué importan los burócratas con sus mediciones sobre la magnitud de la tragedia? No importa cuando nos han matado a Haití hace ya un siempre y un por siempre. No importa cuando recién nos dimos cuenta que existía un país al occidente de
Haití es un Príncipe muerto que está siendo acribillado en el suelo helado de las baldosas diplomáticas de la comunidad internacional.
País de mil colores grises, ya no tienes para qué rezar un ángelus al medio día. Los ángeles se escapan del país del príncipe muerto, no responden a las oraciones. Dejan sus alas por si alguien las ve. Pero nadie las alcanza. Mueren de sed tus pueblos a la mitad del camino.
Príncipe muerto, última provincia del imperio, resumidero del capital.
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