Me había dormido hace dos horas en mi cama viñamarina y mi mujer ordenaba y ordenaba y limpiaba porque nos cambiábamos de hogar al otro día, pero entonces en el medio del sueño ideal que ya no recuerdo, mi mujer me despierta porque la tierra sonaba y se movía, entonces, con total seguridad dije que era un terremoto y era fuerte; todo comenzó a comenzar.
A los tres minutos salí afuera en el medio de un concierto dantesco de alarmas, vidrios en quiebra, gritos y miedos sonoros, cuando familias enteras en pijamas sin mirar, sin dejar que las tocaras, gritaban que venía el tsunami, que era el fin del mundo, que todos íbamos a morir, que cada uno se salvara la vida, que ya rápido o sino todo terminaba, y corría de frente a frente para buscar una radio, para buscar a ver si alguien escuchaba alguna onda emisora de información más o menos útil, y cuando eso sucedió decían que el supermercado del centro era saqueado, que el epicentro era en Puerto Montt, y que no, que era en Valdivia, y que en realidad no, que era en Concepción, que todo era un caos, que nadie sabía nada de nadie, que el gobierno no existía, que nadie existía, sino sólo yo, mi mujer, y la radio de un auto, de un tipo desconocido y ebrio.
Todo este terremoto ha hecho que todo vuele a vuelo de pájaro, que se olvide todo lo que ya olvidamos, que amemos sin amar, que tengamos miedo con razón de irracionales viendo como todo se cae y se protesta y se saquea, cuando en el medio de todo vemos el nacimiento del estertor fascista de esas señoras de esos señores con pistolas con sables con escopetas diciendo que los maten a todos que no importa que tengan hambre que no importa este nuevo lumpen, que todo no importa. Lloro, me impresiono, protesto, grito, me desespero, trato de reordenar el mundo, mi pequeño mundo universal, y cuando voy a comprar pan, me lo subieron un cuatrocientos por ciento, que suben la micro, que los colectivos te cobran más, que todos roban, que nadie quiere a nadie, que es la gran catarsis de Chile, que es el momento para hacerlo todo de nuevo, que en verdad, todos queremos ponernos a llorar y gritar, y decir cuánto vale la Historia de Chile, que todos queremos sufrir y sentir compasión por todo lo que ha pasado durante doscientos años. Los doscientos años de matanzas y triunfos, que entre medio, mataron a los niños, mujeres y obreros de Santa María de Iquique, a los de la Huelga de la Carne, a los mutualistas porteños, a los mapuches, que el Hombre Pájaro canta y nadie lo escucha, que el kultrún suena y ni siquiera hay eco, que los isleños de Juan Fernández hacían patria con la hipocresía malvada de los continentales, que esta Historia a sido a veces como un fiasco y a veces como una gloria, que todo lo hacemos a media, pero que hoy, hemos comenzado la catarsis universal de los chilenos.
Parece todo el fin de la Edad Media Chilena, esa edad donde diez son los dueños de Chile, los señores feudales con el factotum de los poderes morales, los que han robado tanto ya que no hay más que robar, que un plasma, que un microondas, que una lavadora, y todo y nada más. Es el momento del Renacimiento que nos dará el Modernismo, que vamos a tener muchos hijos, que volveremos a escribir sin parar, que aplicaremos el muralismo porque es la galería del pueblo popular, que pintaremos mil cuadros para inventar mil veces Chile, este país creado como una terraza al mar; con miedo, con pobreza, y con ironía. Hoy volveremos a construir la república multicolor, el de las caracolas con decenas de ruidos, con caminos para cantarlos, con bares y peñas para no dormir, que no tendremos más miedo, que nos diremos todos hermanos, que haremos la construcción moral de los cimientos y los edificios, que escucharemos los dioses mapuches, esperaremos la venida del tangata matu pascuense, que haremos rondas para la pachamama.
No pararemos, porque en realidad la tierra pudo haberse partido, pudo haber tirado todo Chile hacia el centro del núcleo de la tierra, haber desaparecido todo, no existir más, pero no sucedió, ya que la tierra, la gran madre, la madre tuya la mía la de todos dijo que siguiéramos con su sagrada teta, que no nos tiene rencor, que tendremos que levantarnos nuevamente, que necesitamos el coraje de los nómades, la lealtad de los bíblicos, la parsimonia de los budistas, la perseverancia humanista, para inventar el nuevo mar de los poetas, el océano bendito de la compasión.
Viña del Mar, 7 de marzo de 2010
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