publicado en Estudios Laicos el 8 de junio de 2010
“No debe considerarse válido ningún tratado de paz
en el que haya reservas tácitas
para preparar una guerra futura.”
Immanuel Kant
Hoy, ante una sociedad absolutamente interconectada e interdependiente, donde los conflictos sociales se han intensificado en una serie de nuevos factores, es que es imperativo diseñar políticas de las relaciones internacionales que tiendan al debate, la pluralidad y la tolerancia de los miembros de la aldea global.
Por mucho tiempo nos hemos sumergido en la importancia de la Economía, el equilibrio de riquezas, y acuerdos de comercio, como una forma de comprender las distintas realidades sociopolíticas de los países, para que de esa forma, en el juego del comprar y el vender, la paz fuese un imperativo alcanzable.
Empero, a pesar que las Relaciones Comerciales, han sido un aporte decisivo para incrementar el flujo de bienes y servicios, y mejorar ostensiblemente las economías abiertas en el proceso de reducir las asimetrías estructurales de los sistemas, nos hemos dado cuenta que no es suficiente.
Ante la existencia de países superpotencias con un poder inconmensurable para manejar las relaciones empresariales y comerciales, pasando a llevar el peso minúsculo de los países en vías de desarrollo, es que la diplomacia hoy, vuelve a ser un punto de apoyo fundamental para mejorar las condiciones de una aldea global libre e igualitaria.
La Diplomacia, entendida como la relación, contacto y comunicación entre los órganos estatales, explícitamente los ordenados por la Jefatura de Estado – en nuestro caso el Ministerio de Relaciones Exteriores – con fines de paz, colaboración internacional, y con el objetivo de la consecución de intereses del país en el exterior.
En este siglo XXI que recién empieza, y que no poseemos la retrospectiva, de cuáles son sus características fundamentales de la cual se avecina y configura su existencia, es que en la práctica real debemos propender a fundar una asamblea del debate internacional, donde con las distintas formas de ver el mundo de cada país, podamos congregarnos en buscar formas de armonía.
La Diplomacia, absolutamente necesaria, es entendida como el ejercicio de la paz juiciosa en el marco de la libertad. Así debemos entender el ejercicio de la libertad como principio fundamental del ser humano – y cada país por cierto – para potenciar su ser interno enlazado con la realidad externa. Si a esto le sumamos lo dicho por John Rawls, en cuanto “los principios de justicia se elige con detrás de un velo de la ignorancia”, es asumir este enunciado en el ejercicio de la diplomacia. Desde este punto argumentativo, es que, sabremos gobernarnos globalmente con un sistema normativo de derechos y responsabilidades en torno a un sentido de justicia liberal, es cuando cada miembro de la aldea promoverá una idea hipotética en torno a la paz, que sucesivamente buscarían no quebrar.
Sin embargo, el mantenimiento hoy de un Estado de Derecho global puramente liberal, en defensa de un valor de la justicia común, es que deben ser incorporadas todas las nuevas concepciones del ejercicio de la democracia y la organización civil. Eso, sumado a que la erosión del Estado Nación, es un hecho, y que emergen los Estado Región y las identidades postnacionales. Por consiguiente, la conversación y el debate entre las autoridades, se vuelve cada vez más oscilante entre lo caduco y lo contemporáneo.
No obstante, hay una certeza. La actividad del debate, la protección de intereses y la negociación, y las relaciones para el mantenimiento de la paz, es decir la milenaria Diplomacia, aún no es desplazada y no lo será, hasta que la civilización de la palabra y el pensamiento reine en el planeta Tierra.
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