Ante el debate sobre el aborto terapeútico, obviamente ha comenzado a producirse lo inevitable e incluso necesario, que es el debate por el aborto sin apellidos, que en tantos países ya ha sucedido. Ante esto, quiero contribuir con argumentos para poder debatir libremente, en una sociedad que respeta las opiniones divergentes.
Actualmente vivimos el éxito de la banalización de la vida. Vemos con aparente satisfacción cómo la vida sólo parece ser un tránsito al placer, un tránsito al materialismo, dejando de lado todo desarrollo espiritual, toda conciencia mental con el otro, como autómatas, como sujetos sin moral ni ética.
El aborto, es la interrupción voluntaria de un embarazo, por ende, implica, asesinar a una forma de vida que se está formando como ser humano, y que ya en muchos casos, dependiendo del desarrollo de este, ya escucha, entiende y reconoce las voz de los padres, recibe emociones, configurando su cerebro de lo que será posteriormente ese ser.
Me pregunto ¿Donde está el alma? ¿Donde está el espíritu, esa porción divina; en el comienzo de la concepción, o en el momento del alumbramiento? Por que creo sinceramente que el ser humano tiene alma, ese soplo de los dioses que decían los griegos, la quinta esencia de los alquimistas, la luz de Jesús, porciones del purusha de los hindúes, la consciencia dormida de Buda, la energía cuántica de los físicos. Por que es esa alma, que nos transforma en humanos, en seres maravillosos.
Me dirán que esta discusión se la dejamos a los físicos cuánticos, a los filósofos y los teólogos. Es que claro, muy bien, es de esa forma, cómo ese relativismo contemporáneo ha destruido los cimientos morales de nuestra sociedad.
Ese relativismo moral, esa indeferencia espiritual del hombre, tan fundando por Nietzsche, ensalzado por los hitlerianos y los stalinistas, es proclamar la bestialidad del hombre y la mujer, decir, que ese ser al ser indefenso, puede morir, no hace otra cosa que emerger la arrogancia de los asesinos.
Los que nos llamamos humanistas, debemos transponer en la sociedad el lenguaje de las víctimas inocentes. ¿Quién merece nuestras lamentaciones, nuestras protestas y ruegos? ¿Las madres - dotadas de razón y corazón - que se sacrifican por sus hijos, o los hijos sacrificados en el ejercicio de alabanza del hedonismo contemporáneo?
Ante el debate del aborto, sea cual sea este, he escuchado argumentos de una y otra vereda, muy débiles, irracionales en algunos casos, lo que una vez más me hace pensar que esa comodidad discursiva está dañando gravemente a la sociedad chilena. Hay algunos que todo el tema del "derecho a abortar" los suponen como único responsable de los males de la sociedad, como una gran fuerza mimética de la violencia social, tal chivo expiatorio, en donde los problemas presentes y futuros recaen en si se puede o no transformar a la mujer en un ser violento contra otro ser inocente, cometiendo un crimen contra la esencia de nuestra especie humana.
Defiendo la vida, porque ese es el único recurso que siempre nos queda, nuestro gran tesoro, nuestra gran tribulación magnífica. Y esa vida, no sólo defiende desde la concepción, sino que a través de todo el proceso, de todo el viaje, de principio a fin, sin hipocresías.
Eso implica una preocupación por las víctimas. Me exclamarán que la mujer es también víctima. Sin duda, en muchas circunstancias es así. Sin embargo, el ser humano en formación, el pequeño ser dentro del vientre, nada tiene culpa, nada es responsable, es completamente inocente. Por consiguiente, defiendo a esa víctima, a la víctima originaria de nuestros males de la sociedad, para de esa forma redimir las incongruencias de nuestro mundo. Es esta concepción antropológica que proclamo y exigo, porque tengo un derecho, que también es vital, el de expresión.
Puedo seguir y seguir, argumentando y exponiendo mi pensamiento. Pero termino con lo siguiente: Cuando veamos que nuestra sociedad, nuestro discurso, defiende las posiciones egotistas para la saciedad placentera de sus sueños materiales, hemos dejado de ser humanistas, para ser defensores de la anarquía de lo transitorio.